A París, amada anfitriona de locuras luminosas. Que cierren tus heridas, no tus puertas.
Me despido de Jean sobre el Boulevard de Rouchechouart. Pobre hombre, es todo agitación bajo el peso de su contrabajo, tan grande o más que él, y aún deberá caminar un buen tramo.
Viendo a mi amigo me alegro de ser pianista. A unas cuantas calles me espera el único piano que hay en Montmartre , excepcionalmente autorizado por el comisionado de la policía a Monsieur Salis y – sobre todo – al Chat Noir y su excéntrica concurrencia. París ama a sus poetas y ellos le corresponden literal y literariamente con locura.
Por razones diferentes, yo también camino agitado. Sucedió ayer ya entrada la noche. Mis recuerdos, sin embargo, no tienen más consistencia que las alucinaciones que provoca el ajenjo, visitas del hada verde.
Había sido una noche apoteótica en el Chat Noir. En…
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