Canto para un hijo que no tuve

Hablé a mi hijo del inicio del mundo, 

de las maravillas que verá y

en nombre del comienzo hablé

de lo dulce y lo amargo de ser

bajo el murmullo de agua tierna de su tiempo no nacido

Del horizonte le hablé 

esa línea que va de mi ombligo al suyo sin atarnos

hasta el amanecer hablé

con escritura nueva mi nuevo testamento 

Del elíptico transcurso del amor hablé

como si nunca antes hubiera sucedido 

“cada primer amor es el primero sobre el mundo”

dije: hijo.

Luego borré mis huellas

haciendo espacio a la nada 

para nada dejar a sus espaldas 

para que nazca sin peso que llevar a cuestas

ni penas añejas lejanas y ajenas 

Antes de que en él se hiciera la palabra

borré estos versos para dejarle intacto

el silencio esperanzado de una hoja blanca

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TRES SONETOS DE LA MISMA AUSENCIA

I

Tu perfume, mi sed, las infinitas

presencias con que pueblas nuestra casa.

Mis sorbos de café, pero en tu taza,

en donde nuestros labios tienen citas.

La voz imaginada con que agitas

el paso de un reloj que se retrasa

creyendo que te escucha, luego pasa,

este sonar de cosas inauditas.

La albahaca en la alacena que te espera

para inventar canciones en mi boca.

Tu ausencia que me envuelve como esfera,

la calma de una tarde que convoca

a todos tus fantasmas, quien pudiera,

besar este silencio que te invoca.

II

Estás en mí como línea de espuma,

frontera móvil que une y divide

la playa del mar; saluda, despide.

Un mismo movimiento resta y suma.

Estás por donde no pasó mi pluma

cesura, blanco, pausa, allí reside

tu voz (ya me recuerda que la olvide)

Estás: afuera clara dentro bruma.

Estás en mi latido aún latente

como en la huella vive el paso dado

Estás, inseparable del presente,

estás, inseparable del pasado

y acaso este poema te presiente,

quizás yo sólo tomo tu dictado.

III

Se posa suave la palabra y toca

la superficie de mi hoja, hago

como flota la hoja sobre un lago:

contacto que en espejo lo trastoca.

Hoja y lago traslado hasta mi boca

salivo labios, ávido rehago.

Con un reflejo en agua intento un vago

símil del beso que la hoja invoca.

En este sueño espejo me divido

(Ella se fue, murió ¿ya he dicho eso?)

En esta hoja-espejo he pretendido

robarme con palabras aquel beso

que tuve fugazmente y he perdido.

Repito hoja y lago como un rezo.

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Es otoño y llueve

Cambió el viento de olor
de temperatura
de dirección e intensidad
parámetros del alma que se marchita

Los que duermen en la calle
tendrán una lecho húmedo e inhóspito
les picará la piel el resto de las noticias viejas

Todo se marchita velozmente
parámetros del alma
vectores de la muerte
Caída

Los que caminan por los parques
tendrán tres lluvias
Los árboles la suya
Las nubes la suya
Cada quien la propia que se suma
el viento ha cambiado para llevárselas todas
parámetros del alma cuando olvida
Esto
Todo
Ya pasó
Es otoño, llueve y el mundo se multiplica 
en despedidas
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Seda

Fluye entre lo inmóvil 
opuesto al tiempo
un velo que apenas se agita si respiro

Lisa, suntuosa, reflectante y clara:
la seda del silencio

Es la pausa de una tarde detenida en el recuerdo
lo necesario 
para hacer de tu perfume un pensamiento 

Fluye entre lo inmóvil
tenue
a través de las cosas que sabrán esperar
calladas

Suntuosa, lisa, clara y reflectante:
la seda del olvido
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Disiento

Los amorosos no callan
hablan hasta por los codos

Deletrean un alfabeto líquido 
de vocablos labiales
		 labiodentales
		 labioventrales
		 labioletales
verbo salival jugado y conjugado 
secreción a voces 
y ruidos sin nombre todavía
como el sórdido murmullo que se escucha
al arañar la carne
o el estruendo de una lágrima al caer

Los amorosos hablan hasta por los ojos

Hablan como animales
abrazan con la nariz
husmean
enunciaciones feromónicas
hormonales pócimas altisonantes
rocío sobre pétalos parlantes
humedades políglotas

Los amorosos hablan hasta por los poros

No entienden lo que dicen
son los loros
del cuerpo y sus fonemas dactilares

Con faltas de orografía 
se leen las manos en otros cuerpos
hacen mapas en voz alta
cartografías guturales 
que no pasan dos veces por el mismo gemido

Hablan en lenguas como los poseídos
y se desdicen táctiles 
		        relieves y glifos
resonantes cavidades
ecos de huecos abismales

Los amorosos hablan hasta por los solos

Los amorosos callan una sola cosa Jaime
la única verdad no la escribiste
El amor es un alboroto interminable
pero yo tampoco Sabines
se lo digo nunca a nadie
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Una tarde de domingo

Me entregué a ese árbol 
una tarde de domingo lenta y dulce
tirado sobre el pasto
Lo dije y lo soñé:
Contigo danzo.

Tomé la mano de un viento triste 
y todo fue cielo enramado
tibio y leve 
el último domingo de mi infancia
trago de luz sabor a savia 
bebido de verde copa
cometa fatigada dejándose mecer…

Pero ando por las ramas:
esa tarde fui feliz
sin saber porqué
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Hogar

En un mundo dividido
el círculo nos hace poderosos
A la luz del fuego
Al calor del fuego
te reconozco 
La única dirección posible es el encuentro
el fuego con nosotros

El fuego es corazón
nuestras sombras borde
Aquí donde me siento y hablo
hay más que una mujer y más que un hombre
nuestros cuerpos reconfortados son testigos
del dibujo mayor

La figura,
como la llama, vive  
no dura
no es del tiempo

En círculo 
todo es adentro
nos hace poderosos
el fuego con nosotros
nosotros uno
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Soledades

A pesar de mi
sin mi
todo continúa

Nada sobra aquí
pues nada falta
Cómo sabría el hueco
del vacío
nada es nada

Reposa pues 
alma mía
de la fatiga del sentido
Nadie te nombra
nadie es nada
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Prescripción

A estas alturas podría ser cualquier cosa
excepto amor
Tal vez solo estamos enfermos uno del otro 
y un día
la sensación pasará como si nada
sin otra medicina 
que el tiempo dosificado en las ausencias 
encapsuladas las distancias

Bastarían unos pasos
diluidos en el agua

(Suspensión : Agite antes de usarse)

A esas alturas podría ser cualquier cosa
incluso amor 
todo disuelto en nada
O tal vez solo estamos sanando 
de nosotros
y la enfermedad es el deseo
esa forma imposible de fugarse de este mundo
sin otra medicina
que el tiempo


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Otra forma de caer

Cuerpo mineral sedimento de lágrimas
sal ósea que la palabra lame
llamada al centro de la tierra
mineral cuerpo 
de sed ósea
Libre de la carne
rezuma
médula desnuda
cuelga
empujada por el llanto ingrávido 
de la superficie del cielo
crece hacia la ausencia
lejos de la fuente
sin esperanza
Cuerpo mineral que se deshace
adherido al útero 
la cueva
llamada por la muerte 
al vacío húmedo de la penumbra
Así se deslava
hueso frío
libre de la carne y de su prisa
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Instantánea de un infierno

¿Cuál es el fondo?
te preguntarás otra vez
mientras te elevas
Atrás las huellas de lo andado
eso
que llamaste vida mirándote alejarte
con sus simples cosas 
su término y su ayer
¿Cuál es el fondo?
preguntarás a nadie
agitando los brazos con la extrañeza
de quien ya no está en el tiempo
y se eleva 
hasta perder referencia
con la extrañeza
de quien ya no ocupa un lugar en el espacio
Y otra vez
sin recordar que ya tenías tu respuesta
preguntarás ¿cuál es el fondo?
Otra vez y otra vez. 
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Nos vamos

Hay un silencio que envuelve todo
el más profundo y definitivo
propio e intransferible
para todos evidente
Desde ese silencio nos miramos
al final de las palabras
oscuridad y luz intermitente
silencio blanco
blanco y silencio
faro

Al final de todas las pausas
presentimos la extensión más grande
ajena al tiempo
continuamos
envueltos en nada
escuchamos
disminuye nuestro paso
ignoramos
si se detiene ahora

continuamos
nada sabemos y sabemos todo
hay un silencio que todo lo envuelve
en él nos vemos morir
y lo ignoramos
su filo asoma
al final de las palabras
en la pausa de los pasos
en la respiración contenida
en el punto final

nos vamos
siempre nos vamos
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Tu Mano

Déjala ir, dijeron
mientras sostenía tu mano 
(todo estaba decidido)
Déjala ir, susurraron
otorgándome un poder imposible ante la muerte 
Déjala ir, murmuraron
mientras yo buscaba en tu mano mi refugio 
Déjala ir, ordenaron.
Mis rodillas tocaron el filo de cristales rotos 
fragmentos de plegarias a un dios que me ignoró
Déjenme ir, les dije
(estaba todo decidido)
Cómo explicarles que no intentaba retenerte en este mundo
que era tu mano la que me sostenía 
Déjala ir, obedecí. 
Luego el silencio
y dentro del silencio el abismo
y en el abismo tu mano 
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Temores Masculinos

Rompí el silencio que laboriosamente tejías alrededor de tu presencia
Es mi debilidad no saberte sin interrumpir la trama que te envuelve
cuando llaman otras voces que habitan en tu cuerpo y  te reclaman 
escucha silenciosa y apartada.

Debería saber que no te has ido 
me lo indicas con los puntos suspensivos de un suspiro, un pestañeo, un gesto mínimo. 
Cortesías que no merece mi desatenta inseguridad 

Es mi debilidad temer a tu silencio y me avergüenza perturbar la esfera que te acuna 
improvisando versos a los que no debes respuesta
Es mi debilidad quererte transparente y asustarme porque me veo a través de ti
y creo que nada dices cuando solamente no contestas
aunque dejes el aire repleto de respuestas.
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Sí,		
te dije.
Un segundo
abarcó toda
la extensión del tiempo 	
y, tal como lo dije,	
jamás será repetido.	
Te di el último primer beso,
y conocí el sabor de tu risa.
Algo de eternidad tuvo ese gesto
que inauguró nuestra larga despedida.
El amor promete tocar el infinito,
una forma del tiempo librada de la muerte.
Pero le dijimos Sí también a las despedidas
y algo de eternidad quedó en la promesa derrotada
como el perfume sobrevive en algunas flores marchitas
A pesar de todo -en un improbable tiempo circular-
diría que Sí mil veces besando tus labios entreabiertos,
suspendido en el no tiempo de tus ojos expectantes,
pensando que un instante irrepetible no caduca;
por mi deseo cegado, por la esperanza sordo,	
en un portal que del destino nos guardara, 
negando sin razón el presentimiento  
de que el amor traiciona dulcemente 
pues no es humano decirnos: siempre.
Con todo, amor, no dudaría 
si ese momento volviera,
en retar a la muerte
al adiós fatal
la despedida
y al destino.
Sí, digo.
Si...
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Todos tus fantasmas

Una vez quise creer en fantasmas. Ocurrió una mañana a finales de febrero: me despertó el maullido de un gato, era un gato adulto, amarillo con las patitas blancas. Lo observé desde el ventanal de la habitación, podía verlo aparecer y desaparecer entre los arbustos que ordenaste en espiral al centro de nuestro pequeño jardín, un conjunto al que solíamos llamar “el caracol” y en cuyo centro, meses atrás, deposité tus cenizas. Tras un momento el gato se acercó a la jacaranda, trepó ágilmente y saltó a la barda de la casa vecina.

La casa se quedó en silencio, un silencio profundísimo, como si todo el universo se hubiera apartado de ella y todo en su exterior estuviera igualmente lejos. Quiero decir: como si todo lo que no fuera la casa estuviera allí presente pero inalcanzable.

Tras ese lapso en el que todavía me preguntaba si había soñado un gato en el jardín o lo había visto, me di cuenta por enésima vez que no estabas a mi lado. En los meses que siguieron a tu muerte – ocurrida en octubre – y hasta ese día, viví muchas veces la actualización de tu ausencia, sobre todo en las mañanas. El despertar como reset.

Al principio era violento. Un pensamiento súbito como una bocanada de aire inesperadamente fría: se murió Gina. Como si «me cayera el veinte» todos los días al abrir los ojos.  Solo una vez soñé contigo, en el sueño te acercabas y me decías suavemente: «Todo está bien». Y ya, así fue el sueño.  No habría aprendido nada de ti si no aceptara en principio que ningún sueño es lo que parece pero ese en particular nunca llegó al diván, he preferido guardarlo con su halo de misterio.

A partir de ese día extrañarte fue menos cruel pero mucho más triste.  El duelo hizo el aire espeso a mi alrededor y todo me costaba: moverme, hablar, respirar.  Ahora agradezco la puntualidad de los ritos funerarios que se gestionan casi automáticamente.  En las 48 horas que siguieron a tu muerte todo sucedió a mi alrededor prácticamente sin mi intervención. Yo estuve en tu velorio y luego en la cremación, y a cada evento asistí como un fantasma.

Tardé una semana en decidir qué hacer con la urna, eso no lo habíamos pensado o no habíamos podido planearlo. Tampoco lo hablamos antes de que viniera la operación y el breve lapso de mejoría antes del coma, cuando nos dedicamos a dibujar un futuro que no sucedería: si tendríamos perro otra vez o iríamos por fin a tu amado Trieste. Los proyectos postergados, quimeras de nuestra vida trunca.

Llevé la urna a casa, tus amigas ya habían colocado muchas flores del velorio alrededor del “caracol” hasta cubrir casi todo el espacio del jardín, con velas hicieron un camino y un borde luminoso; una escena hermosa ante la que callamos hasta que amaneció.  Con el sol llegaron las mariposas blancas en gran número, atraídas por las rosas, los acapulcos y crisantemos. No sentí nada extraordinario en su presencia pues son una especie común en la ciudad. Hoy me alegra topármelas con frecuencia y, al verlas, pienso en ti.

Yo había perdido muchísimo peso en los días del hospital, lo suficiente para que la familia, preocupada por mi salud, alquilara una casa en Acapulco y me llevara allí a pasar diciembre.  Cuando regresé a casa, tu ropa ya no estaba en el closet y tus cajones estaban vacíos. Agradecí que tus hermanas me evitaran esa tarea, no sé si hubiera tenido fuerza para emprenderla solo, pero aún faltaba desmontar tu consultorio y en ello había algo de profanación, pues ese era tu espacio exclusivo, mi frontera en nuestra casa.

Comencé con los libros, ya que los había prometido a la escuela donde enseñaste. De pronto, una hoja con tu caligrafía cayó de entre los tomos de tus ajadas “Obras completas de Sigmund Freud” me resistí a leerla, pensé que nada en ese lugar estaba destinado a mis ojos. En un cajón: paquetes con cartas, sobres con fotos. En otro: el álbum de tu primera boda, postales. ¿A dónde van los secretos que se quedaron sin dueño? ¿A dónde tu vida antes de mí, al margen de mí? Y ¿qué hacer con las decenas de libretas en las que tomabas notas de las sesiones? qué mar de intimidades, qué concierto de confesiones. No sabré nunca de su contenido, tras mucho pensarlo las entregué al fuego. Me despedí de tu consultorio recordando un verso de  las “Elegías de Duino” de Rilke: “En ningún lugar, amada, existirá el mundo sino adentro”

Dicen que las personas que sufren una amputación pueden percatarse de sensaciones como comezón o dolor, aún cuando el miembro no está más allí. Son los “dolores fantasma”.

Durante muchos meses extrañarte fue una sensación totalmente física: era acunar la mano en la forma con la que tomaba la tuya cuando nos quedábamos en silencio algunas tardes, a cierta hora en la que la luz entraba por las ventanas ovaladas de la sala. Era dormir en el extremo de mi lado de la cama, era que yo siguiera pensando en tu lado de la cama. Esa sensación también me trajo un sueño: Yo estaba en el mar nadando, me había alejado bastante de la playa y de pronto me daba cuenta de la presencia de un tiburón. Intentaba escapar pero era inútil, el tiburón me mordía en el costado y yo sentía el dolor, el filo de los dientes, la carne desgarrada. Nadie se daba cuenta. Trataba de continuar sintiendo los jirones de piel y ese enorme hueco en mi costado. Desperté con una contractura en la espalda, como si la herida hubiera saltado del sueño a mi cuerpo.  Pasó el dolor, el hueco se quedó.

La conciencia de ese hueco me asaltaba con frecuencia, movida por resortes impredecibles, como el día en que me eché a llorar frente a una confundida demostradora de tienda departamental quien me ofreció tu perfume. El aroma me sacudió como si me hubieran arrancado la costra de una herida reciente y caí de rodillas en el piso 2 de Liverpool, llorando con una notita de Chanel 19 en las manos. Aún más intensa fue la primera vez que abrí el botecito de la albahaca y una enorme melancolía me dejó tirado una semana, porque supe que ese era tu verdadero perfume. Tú: hierbas de olor e Italia.

Me extraña ahora no poder recordar algún pasaje en el que se le atribuya olor a un fantasma. El olfato es una puerta abierta sin defensa y su poder evocativo resulta avasallante, si un fantasma es la disrupción de lo inmaterial en el mundo físico, pienso que el perfume sería su umbral más inmediato. En cambio, existe una palabra para designar a un olor imaginado: Fantosmia. El síntoma se asocia al deterioro cognitivo y la diabetes, las personas que lo padecen creen percibir un aroma que en realidad no está presente. Aromas: fantasmas de fantasmas.

Para ti “hueco” era algo muy específico. El trabajo de lo negativo de André Green fue tu libro de cabecera por muchos años, leo en tu tesis de doctorado el sueño de un paciente: “Un río me arrastra y yo me aferro al hueco de la ventana” Un lapsus entregado a tu escucha psicoanalítica. No puedo con justicia dar cuenta del alcance de tu exploración sobre el concepto de lo negativo: eso que está inscrito pero no representado; desinvestidura que a veces toma el camino del soma hasta el cuerpo o se acuna en lo limítrofe antes de la psicosis. Uso las palabras de un paciente de Green para describir no la idea sino la sensación: “Yo no siento que tengo un límite, como un dique, como creo que tiene otra gente que dice: yo siento, yo creo. Como si hubiera una pelota compacta que fuera el yo. Lo que yo siento dentro mío es un gran vacío y en las paredes hay pegadas 4 o 5 boludeces y las cosas que me pasan, con quien estoy, es como que se oyen a lo lejos”.

Como con tu ausencia, ese hueco se experimenta en la sensación de estar fragmentado o incompleto y por ello no puede “llenarse” de pasado, demanda reconstrucción: es el fantasma del futuro. Al decirlo, acepto la paradoja de estar contando todo esto así, como si pudieras leerme, porque ambos creíamos en la muerte como el fin, sin continuidad de ninguna otra especie que la memoria.

Creo que mi deseo de creer en fantasmas surgió de la intensa necesidad de una prórroga: una palabra más, un poco más de nosotros. Eso y tantas cosas que se conjuntaron para que le abriera un espacio en mi mente a la posibilidad de tu fantasma y quisiera ver en el gato; en la jacaranda que tímidamente comenzaba a florear; en el silencio; en el escalofrío que me recorrió la espalda, motivos para decir tu nombre en voz alta:

¿Gina?

Pero no pasó nada, nada de nada y nunca me atreví a intentarlo de nuevo.

El gato amarillo volvió, se llama Milan. Como nadie contestó en el teléfono inscrito en la placa le abrí la puerta, entró y caminó por la casa con familiaridad como si ya la conociera.

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TEDIO

En un muro del patio hay varias grietas

se cruzan con las ramas secas de un rosal

las grietas parecen sombra de las ramas

las ramas que proyectan secas grietas

Encima escribo con volutas de humo

mientras imagino un código secreto

como un ladrón que inútilmente

prueba al azar combinaciones

Ignoro si el botín será cuantioso

si se abrirá un umbral a todas partes

si brotarán flores del muro

si reverdecerá el rosal ¡milagro!

Así todos los días voy al patio

a resanar fumando sus heridas

y en calma leo los trazos secos

con mi volátil voz de humo, ecos

De esa lectura supersticiosa

lleno otro minuto del encierro

Lleno de encierro otro minuto

de encierro inútil y supersticioso

En las grietas del muro hay otro patio

hay un rosal que da flores del encierro

regadas por el humo del cigarro

arrítmico y fugaz reloj del tedio

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COSTUMBRES CENSURABLES: El comercio de nubes

Imagine que se puede poner a la venta una nube. Una en particular, por ejemplo: esa que ha mirado arrobado y convencido de estar en presencia de la nube más hermosa. Una nube de belleza tal, que Usted busca su recuerdo en horas de inquietud o ansiedad. Una nube elevada a La Nube, que habría inspirado – quizá – una melodía, el esbozo de un poema, o por lo menos una lágrima o un suspiro.

La existencia de esa nube se debería, desde un punto de vista objetivo, a la conjunción de múltiples factores todos ellos medibles y registrables: la humedad en el ambiente, la presión atmosférica, la velocidad del viento, la altitud exacta a la que flota, la posición del sol, entre otros que un meteorólogo podría precisar. Añadiríamos: la geolocalización exacta desde donde la nube fue vista, la propia estatura, el ángulo de la mirada: todos los datos que conforman su punto de vista.

A este conjunto habríamos de sumar otros factores tal vez menos cuantificables pero decisivos: el estado anímico al momento de la observación, los eventos del día, los sueños o pesadillas previos y las memorias conectadas que en ese exacto momento pudieron concurrir.

La Nube que miró quedaría enmarcada pero no definida, su esencia permanecería inasible como la de toda creación de la mente: fugaz e irrepetible. Ni siquiera un registro fotográfico podría representarla o dar cuenta de lo que Es, pues escapan a la lente los motivos de su belleza, las razones de su permanencia en la memoria, los bordes de la huella que ha dejado en un alma. Una fotografía podría apenas, por los metadatos asociados a ella, ser una prueba de autenticidad que dice: esa nube estuvo allí.

Ahora suponga que es posible dar a este conjunto de datos un identificador único e irrepetible, almacenado en cada ordenador existente, transferible a cada dispositivo por existir. Un código asignado a su nube en la forma compleja de referirse a todos los datos asociados a la observación y sus relaciones: la circunstancia y el contexto. Un referente no metafórico, contenedor del “eso”:  El representante representativo de la representación; lo que es el consulado a la embajada y esta al país. Este código autenticado por su omnipresencia sería – por esa misma cualidad – inalterable. Original, único, inmutable como su nube.

Un código así podría ofrecerse a quien deseara la posesión de su nube. Los hábitos del mercado jugarían a favor: juguemos con la idea del nacimiento de una esfera crítica alrededor de la nube encriptada en el código. Eruditos dedicados a reseñar, glosar y probar su originalidad, por ejemplo: comparándola con todas las nubes documentadas en otros soportes como los poemas sobre nubes, los cuadros que representan nubes. Añadiríamos este cúmulo de referencias a los datos a los que nuestro imaginario código refiere.

Podríamos también sumar la probable existencia de estudiantes que se empeñan en reproducir en todos sus detalles las circunstancias de su epifanía vaporosa, actualizando – por ejemplo – cada detalle del día que ocurrió, enamorándose de mujeres en vestido blanco que caminan por Coyoacán, esperando a que las variables ambientales vuelvan a darse en igual medida, mimetizando el momento para acercarse tanto como fuera posible a su nube. Contra ellos estaría el tiempo, pues aún logrando imitar la ruta y llegar al sitio exacto con bagaje suficiente, no podrían de ningún modo estar al mismo tiempo en que el hallazgo sucedió. Su nube es, por pasajera, inimitable.

No tardaría entonces en ser glorificada por el mercado y, toda vez que la posesión del código es factible sería entonces posible comercial con él. Estimo que alcanzaría una cotización estratosférica, cualquier día en una subasta rompería todos los récords, haciendo feliz a un millonario coleccionistas quien tal vez no pueda comprender su nube, ni verla tal cual es, ni siquiera compartirla en estricto sentido, pero sí – quizá en una tarde de agobio o ansiedad – abrir el ordenador y consultar el código, para sentir satisfacción y tal vez exclamar: “Ciertamente poseo la nube más hermosa que un ser humano haya visto jamás”.

En una proyección optimista, nuestro supuesto comprador – al ver cercano el término de su vida, por ejemplo – podría donar el código al dominio público para integrarlo a una galería de instantes únicos. Una colección magnífica de códigos asociados a guijarros vistos entre los reflejos del sol sobre el agua de un riachuelo y perros danzando con su sombra en una pose grácil a la hora del atardecer y gotas de rocío temblando en hojas verdes una mañana de otoño y pequeñas pelusas que flotaron brevemente un día en que el aire era melancólico y musical; todos ellos coleccionados en forma de códigos únicos e irrepetibles para momentos irrepetibles y únicos y, por ello, de incalculable valor y belleza indescriptible.

Para tal recinto sugiero un nombre: «La Galería de Funes».

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Omega 5

La vendedora de omega cinco

me ha prometido que si ingiero su producto 

conservaré íntegra la memoria

Yo le he dicho: que suplicio 

espero olvidar lo suficiente

para morir en paz 

recordando vagamente que he vivido

Morir como una foto vieja que se disuelve

en sus colores 

como un pétalo que cae

sin recordar si fue flor

o solamente perfume

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Es abril y llueve

Los espejos me llueven
la mañana

Figura vertical
efímera

Engaña la abundancia
no se bebe

Espesor de la gota
cabe un mundo

Cristal redentor
trozo de cielo
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