COSTUMBRES CENSURABLES: El comercio de nubes

Imagine que se puede poner a la venta una nube. Una en particular, por ejemplo: esa que ha mirado arrobado y convencido de estar en presencia de la nube más hermosa. Una nube de belleza tal, que Usted busca su recuerdo en horas de inquietud o ansiedad. Una nube elevada a La Nube, que habría inspirado – quizá – una melodía, el esbozo de un poema, o por lo menos una lágrima o un suspiro.

La existencia de esa nube se debería, desde un punto de vista objetivo, a la conjunción de múltiples factores todos ellos medibles y registrables: la humedad en el ambiente, la presión atmosférica, la velocidad del viento, la altitud exacta a la que flota, la posición del sol, entre otros que un meteorólogo podría precisar. Añadiríamos: la geolocalización exacta desde donde la nube fue vista, la propia estatura, el ángulo de la mirada: todos los datos que conforman su punto de vista.

A este conjunto habríamos de sumar otros factores tal vez menos cuantificables pero decisivos: el estado anímico al momento de la observación, los eventos del día, los sueños o pesadillas previos y las memorias conectadas que en ese exacto momento pudieron concurrir.

La Nube que miró quedaría enmarcada pero no definida, su esencia permanecería inasible como la de toda creación de la mente: fugaz e irrepetible. Ni siquiera un registro fotográfico podría representarla o dar cuenta de lo que Es, pues escapan a la lente los motivos de su belleza, las razones de su permanencia en la memoria, los bordes de la huella que ha dejado en un alma. Una fotografía podría apenas, por los metadatos asociados a ella, ser una prueba de autenticidad que dice: esa nube estuvo allí.

Ahora suponga que es posible dar a este conjunto de datos un identificador único e irrepetible, almacenado en cada ordenador existente, transferible a cada dispositivo por existir. Un código asignado a su nube en la forma compleja de referirse a todos los datos asociados a la observación y sus relaciones: la circunstancia y el contexto. Un referente no metafórico, contenedor del “eso”:  El representante representativo de la representación; lo que es el consulado a la embajada y esta al país. Este código autenticado por su omnipresencia sería – por esa misma cualidad – inalterable. Original, único, inmutable como su nube.

Un código así podría ofrecerse a quien deseara la posesión de su nube. Los hábitos del mercado jugarían a favor: juguemos con la idea del nacimiento de una esfera crítica alrededor de la nube encriptada en el código. Eruditos dedicados a reseñar, glosar y probar su originalidad, por ejemplo: comparándola con todas las nubes documentadas en otros soportes como los poemas sobre nubes, los cuadros que representan nubes. Añadiríamos este cúmulo de referencias a los datos a los que nuestro imaginario código refiere.

Podríamos también sumar la probable existencia de estudiantes que se empeñan en reproducir en todos sus detalles las circunstancias de su epifanía vaporosa, actualizando – por ejemplo – cada detalle del día que ocurrió, enamorándose de mujeres en vestido blanco que caminan por Coyoacán, esperando a que las variables ambientales vuelvan a darse en igual medida, mimetizando el momento para acercarse tanto como fuera posible a su nube. Contra ellos estaría el tiempo, pues aún logrando imitar la ruta y llegar al sitio exacto con bagaje suficiente, no podrían de ningún modo estar al mismo tiempo en que el hallazgo sucedió. Su nube es, por pasajera, inimitable.

No tardaría entonces en ser glorificada por el mercado y, toda vez que la posesión del código es factible sería entonces posible comercial con él. Estimo que alcanzaría una cotización estratosférica, cualquier día en una subasta rompería todos los récords, haciendo feliz a un millonario coleccionistas quien tal vez no pueda comprender su nube, ni verla tal cual es, ni siquiera compartirla en estricto sentido, pero sí – quizá en una tarde de agobio o ansiedad – abrir el ordenador y consultar el código, para sentir satisfacción y tal vez exclamar: “Ciertamente poseo la nube más hermosa que un ser humano haya visto jamás”.

En una proyección optimista, nuestro supuesto comprador – al ver cercano el término de su vida, por ejemplo – podría donar el código al dominio público para integrarlo a una galería de instantes únicos. Una colección magnífica de códigos asociados a guijarros vistos entre los reflejos del sol sobre el agua de un riachuelo y perros danzando con su sombra en una pose grácil a la hora del atardecer y gotas de rocío temblando en hojas verdes una mañana de otoño y pequeñas pelusas que flotaron brevemente un día en que el aire era melancólico y musical; todos ellos coleccionados en forma de códigos únicos e irrepetibles para momentos irrepetibles y únicos y, por ello, de incalculable valor y belleza indescriptible.

Para tal recinto sugiero un nombre: «La Galería de Funes».

Acerca de alxrubio

Curioso, indagador, indeciso vocacional. Autor de "De Diez en Diez. Diario de una cuarentena" Guitarra en "La Súper Cocina"
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