SINCERICIDIO

“Todos mienten” es el leitmotiv del personaje central de Dr. House y es, de hecho, la premisa de este drama televisivo en el que los pacientes ocultan datos mientras el irascible médico se empeña en desentrañar su raros males. Mienten aun a costa de su salud.

¿Se puede vivir sin mentiras?

Parapetados en el Hipias menor y los dos tratados de San Agustín sobre el tema, aceptemos que no. Las mentiras existen como un fenómeno inevitable, los prescindibles son los mentirosos.

Montaigne, con quien siempre es bueno platicar de este tipo de asuntos, tituló a su ensayo: “Los mentirosos”, reservando a las mentiras solo un juicio contundente y profético: Es a la verdad la mentira un vicio maldito. No somos hombres ni estamos ligados los unos a los otros más que por la palabra. Si conociéramos todo su horror y trascendencia, la perseguiríamos a sangre y fuego, con mucho mayor motivo que otros pecados”.

Malas cuentas doy a Montaigne, las mentiras prosperan con “todo su horror y trascendencia”. El problema no se encierra ya en los pasillos de los palacios donde merodean sus mentirosos; se ha constituido, rezan los titulares, en una amenaza global.

La dificultad para atajar a los mentirosos consiste, dice el lúcido francés, en que la mentira tiene muchas caras y la verdad solo una. Tal vez las mentiras no han cambiado tanto desde sus tiempos, pero sí lo ha hecho la verdad.

Alumno de jesuitas por muchos años, me sigue la impronta ignaciana: “La verdad nos hará libres”. Al paso, he aprendido que “la verdad” es un pez escurridizo, mutable, relativo, momentáneo; que quien sostiene una verdad y la defiende como única trae en brazos un cadáver.

La verdad languidece y los mentirosos están por todas partes. Ha cambiado la escala con la televisión y la radio: puede ser que el peor de sus efectos sea haber hecho de las mentiras una industria: Los Mentirosos S.A.

A los mentirosos de Montaigne se les podía encarar, en la escala masiva los mentirosos se diluyen. La abundancia de información es un gran negocio y el perfecto escondite.

Al poder de Los Mentirosos S.A. se opone la internet, en su primera versión de ríos interconectados, distribuidos, tan incontrolables como accesibles. Un entusiasmado historiador y hacker, David de Ugarte, la llamaría “el mar de flores”.

Allí la verdad líquida encontró fluidez pues, en el océano distribuido, la probabilidad de encontrarse con mentiras o con evidencias de la verdad es por lo menos la misma. Pero, qué ironía, resultó demasiado bello para ser… verdad.

Hoy “navegar en internet” es una expresión en desuso, como lo es “internautas”. Sobre la infraestructura de internet el capitalismo vigilante monta el diseño descentralizado que conocemos como “redes sociales”.

La sirena de las redes canta accesibilidad y experiencias amigables a costa de la transparencia; ofrece comodidad a cambio de sometimiento al algoritmo. Sustituye el mar vasto, diverso y dinámico con las aguas estancadas de Facebook et al. Allí —entre cámaras de eco y polarización— Los Mentirosos S.A. está en su elemento. En 2016 los diccionarios admiten la expresión: posverdad y la mentira se transforma en un arma.

La diferencia entre la mentira tradicional y la moderna, dice Derrida siguiendo a Hannah Arendt, está en la diferencia entre esconder y destruir

La desproporción entre la capacidad de producir mentiras y nuestra habilidad para reconocerlas es abismal. El invento del polígrafo y sus versiones recientes basadas en inteligencia artificial son la patética respuesta a los mentirosos y son, me temo, una simulación.

Es cierto que el señor Zuckerberg destina cada año más recursos a cazar mentiras, pero su propósito es suprimirlas, no revelarlas; protege así el mecanismo que las dispersa, base de su millonario imperio.

Perseguir la falsedad es hoy una aceptada prioridad social. En cambio, la búsqueda de la verdad permanece como una cuestión individual, reservada —en el cuento de los mentirosos— a los inconformes, los filósofos, los curiosos, los artistas, los expertos: los pocos y locos.

Personajes como House o su padre literario Holmes, se nos presentan como seres condenados, aislados y excéntricos. Su invulnerabilidad a la mentira los hace irritantes, intolerables. Sus agudas capacidades de observación, su memoria infalible, sus veloces sinapsis, son un mal que requiere de sustancias que los desaceleren hasta hacerse adictos. Son admirables y a la vez disuasivos.

Por mucho que quiera identificarme con ellos confieso que, sometido al autoexamen propuesto por Montaigne, dudo también de mi propia resistencia a mentir si en ello me fuera la vida. Mea culpa: todos mentimos. Peor aún, lo saben bien los mentirosos, hay mentiras en las que quiero creer.

La prudencia me llama a detenerme aquí, a riesgo de correr el destino del fundador de una imaginaria organización de Mitómanos Anónimos a quien —una vez confesada su compulsión por la mentira— nadie volvió a creerle nada. A eso los políticos le dicen cometer sincericidio.

Esto miraba Montaigne acostado.

Acerca de alxrubio

Curioso, indagador, indeciso vocacional. Autor de "De Diez en Diez. Diario de una cuarentena" Guitarra en "La Súper Cocina"
Esta entrada fue publicada en Fobias y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s